sábado, 6 de mayo de 2017

INCENDIO EN EL ALCÁZAR DE MADRID: ¿un accidente? (1ª parte)


Pintura del Alcázar Real de Madrid


En la Nochebuena de 1734, un devastador incendio arrasó el Alcázar Real de Madrid y gran parte de su contenido. Residencia de la familia real española y sede de la Corte, sus estancias albergaban infinidad de obras de arte acumuladas a lo largo de siglos, muchas de las cuales se perdieron entre las llamas.
Pero retrocedamos un poco...

Em el siglo IX, el emir cordobés Muhamad I ordena construir una fortaleza en la ciudadela islámica de Mayrit (de donde procede el nombre de Madrid). Con el paso del tiempo, la construcción es fruto de múltiples transformaciones, hasta convertirse en el siglo XVI en palacio real propiamente dicho tras la decisión de Felipe II de fijar la capital del reino en Madrid en 1561.

Tras varias remodelaciones, ampliaciones y vicisitudes, en noviembre del año 1700 es proclamado rey de España el borbón Felipe V, quien desde el primer momento manifestó su rechazo al austero edificio que iba a ser su residencia, acostumbrado como estaba desde su nacimiento al esplendoroso lujo de Versalles. Así que el Alcázar Real sufrió una nueva remodelación, en un intento de adaptar su interior al gusto de los franceses, y todo bajo la batuta de la reina María Luisa de Saboya.

Y como a nadie le gusta estar en casa cuando hay obras, los reyes decidieron trasladarse temporalmente -y con ellos toda la Corte- a otra residencia más tranquila, lo que explica su ausencia el día de la desgracia. Por el mismo motivo, algunas obras de arte habían sido trasladadas al Palacio del Buen Retiro. El 24 de diciembre de 1734, sobre medianoche, se declaró un incendio que al parecer tuvo su origen en los aposentos de un pintor de la Corte, Jean Ranc, propagándose con rapidez y prolongándose durante cuatro días. Según el relato del marqués de Torrecillas pocos días después del siniestro, la voz de aviso se dio sobre las 00.15 horas por parte de unos centinelas de guardia. Pero dadas las fechas, el aviso pasó inicialmente inadvertido, al confundirse la alarma con la llamada a maitines o para la Misa del Gallo. Una vez advertidos del error, el temor a los saqueos llevó a los encargados del palacio a no abrir sus puertas, por lo que tan solo algunos empleados de la Corte que permanecían en el lugar y los cercanos frailes de la congregación de San Gil fueron los únicos en intentar sofocar las llamas, tarea imposible, por lo que centraron sus esfuerzos en intentar salvar el máximo de objetos de valor que allí se guardaban: pinturas, joyas de la familia real, colecciones americanas, documentos, etc.

Según las crónicas, algunos objetos de plata quedaron fundidos por las llamas, y los restos de metal tuvieron que recogerse en cubos. Muchos lienzos fueron arrancados de su soporte y lanzados por las ventanas, así como las esculturas, que no salieron tan bien paradas del salvamento.

En la segunda parte de esta entrada, veremos con más detenimiento qué se salvó y qué se perdió para siempre...

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