martes, 30 de mayo de 2017

LEONARDO DA VINCI: las vicisitudes de sus obras

La Virgen del huso, Leonardo da Vinci
Cuando uno es un genio y tiene una vida ajetreada, como es el caso de Leonardo da Vinci, es fácil asumir que también su producción artística ha sido objeto de vicisitudes varias. Además del conocido robo de la Gioconda ya descrito en este blog [ver entrada de 24-2-2017], otras obras de Leonardo fueron objeto de saqueos, tráfico y daños. Veamos algunos ejemplos...

Existen varias copias en manos de coleccionistas privados del original de Leonardo, hoy desaparecido, la Virgen del huso. Las copias son atribuidas al taller de Leonardo, sin que pueda descartarse la participación del maestro en su elaboración, por lo que son obras apreciadas y valiosas. Una de ellas se encontraba en el castillo de Drumlanrig (al sur de Escocia), propiedad del Duque de Buccleuch. El 27 de agosto de 2003, aprovechando una visita guiada por el castillo, dos individuos inmovilizaron a una empleada y descolgaron la pintura, dándose a la fuga en un vehículo que les esperaba en la salida. La obra no fue recuperada hasta octubre de 2007 en Glasgow, donde los ladrones (ingleses y escoceses) pretendían obtener una recompensa a cambio de su devolución. Hoy en día se expone en préstamo en la National Gallery de Escocia. En los años en los que estuvo desaparecida, el FBI la incluyó en la lista de los 10 objetos de arte más buscados del mundo.


San Jerónimo, Leonardo da Vinci

El San Jerónimo de da Vinci, un óleo sobre tabla inacabado, sufrió un curioso periplo. Tras pasar por varios propietarios, llegó a manos del Cardenal Fesch, a la sazón tío de Napoleón, quien la adquirió dividida en dos partes: el cuadro había sido cortado, aprovechándose una de las partes como banqueta de trabajo de un zapatero, y la otra como tapa de un cofre. Afortunadamente, la obra pudo ser restaurada, pero un atento examen de la tabla revela a simple vista los estragos sufridos por el corte.

Códice de da Vinci

Tras la muerte de Leonardo en 1519, la práctica totalidad de sus innumerables manuscritos son heredados por Francesco Melzi. A partir de ese momento, comienza la historia de las peripecias de los códices, sujetos a robos y extravíos varios. El primero de ellos, ya en 1585, cuando 13 manuscritos son sustraídos de Villa Melzi. Los hurtos se suceden, pasando los documentos por innumerables manos a través de una diáspora que les lleva a Inglaterra, Francia, España, América. Con tanto trasiego, a día de hoy su número ha quedado reducido a una quinta parte del material original. Como curiosidad, apuntar que el Códice Hammer, que acabó en Estados Unidos, perteneció en el siglo XVIII al conde de Leicester, fue subastado en 1980 y adquirido por el empresario americano A. Hammer, siendo subastado de nuevo en 1994, cuando fue comprado por otro famoso magnate americano que es su actual propietario, un tal Bill Gates..., por el módico precio de 30 millones de dólares...


jueves, 18 de mayo de 2017

FALSIFICACIONES V: El Hombre de Piltdown (2ª parte)



La lista de sospechosos es larga, comenzando obviamente por el presunto descubridor del fósil, Charles Dawson, cuyo afán por hacerse un hueco en el mundo de la arqueología -pese a su evidente falta de preparación al respecto- le había llevado a anunciar en diversas ocasiones toda una serie de descubrimientos (se contabilizan hasta 46) que resultaron ser falsos en su totalidad.

El segundo candidato, Arthur Smith Woodward, a quien Dawson entregó los fósiles. Con una buena reputación científica a sus espaldas, el Hombre de Piltdown le consagró a nivel internacional. Pero ninguna prueba hay acerca de su presunto conocimiento sobre la falsedad de los restos.

Un rival de Woodward en el Museo de Historia Natural, Martin Hinton, al parecer un tanto excéntrico, pudo haber amañado el asunto para dejar en ridículo a su compañero. Ya en 1916 envió una carta a un colega reconociendo que consideraba falsos los restos.

El jesuita Teilhard de Chardin tampoco está libre de sospechas, ya que fue él quien encontró uno de los dientes que luego resultó haber sido manipulado intencionadamente. Siempre que se le preguntaba por el asunto, guardaba silencio al respecto.

Más imaginativa parece la hipótesis que atribuía el fraude nada menos que al escritor Arthur Conan Doyle. Al margen de su actividad literaria, el creador de Sherlock Holmes tenía dos pasiones en su vida: la arqueología y el espiritismo, y fue precisamente esta última la que le granjeó la mofa por parte de los científicos, a quienes no les parecía serio que un profesional como Doyle (no olvidemos que era médico amén de escritor) creyese fervientemente en la comunicación con el mundo de los muertos. Quizás Doyle quiso vengarse de sus colegas dejándoles en ridículo con un fósil falso.

A día de hoy, sigue sin conocerse con certeza quién o quienes estaban detrás del fraude. Lo único cierto es que durante cerca de 50 años, los británicos presumieron de poseer lo que sin duda ha sido una de las mayores aspiraciones de cualquier arqueólogo que se dedique a la Prehistoria: hallar (si es que existe) el eslabón perdido de la cadena evolutiva...

FALSIFICACIONES V: El Hombre de Piltdown (1ª parte)

El pretendido Hombre de Piltdown
A finales del siglo XIX y comienzos del XX, surgió una especie de competición oficiosa entre varios países para ver cuál era el que tenía el fósil más antiguo o más representativo. Alemania tenía a los neandertales, Francia y España contaban con importantes estaciones rupestres. Sin embargo, Reino Unido no tenía nada que ofrecer al respecto, y eso que era la cuna de origen del padre de la evolución.


En 1908, unos trabajadores de la cantera de Piltdown (un pequeño pueblo de Sussex, en Reino Unido), alertaron al letrado y pseudoarqueólogo Charles Dawson de la aparición de unos fósiles en la cantera, restos óseos de fauna y piezas de sílex mayormente. Dawson fijó su atención en un fragmento de mandíbula con rasgos arcaicos, que fue a parar a manos del paleontólogo Smith Woodward.
Ambos decidieron acudir personalmente al lugar del hallazgo, encontrando un fragmento de mandíbula de aspecto simiesco, a diferencia del cráneo. Dada la fragmentación de la pieza, resultaba difícil determinar si pertenecía a un humano o a un simio.
Woodward reconstruyó el cráneo y la mandíbula por su cuenta, casi en secreto, llegando a la conclusión de que se encontraba en presencia del famoso y buscado "eslabón perdido" de la cadena evolutiva, un individuo a mitad de camino entre los primates y los humanos. Por fin Gran Bretaña tenía su fósil, y no cualquier fósil!!!

En 1912, Dawson y Woodward dieron a conocer su hallazgo a la comunidad científica, la cual recibió la noticia con alborozo: habían descubierto una nueva especie, el Eantrhopus dawsoni. Un año después, el jesuita Teilhard de Chardin descubrió un canino que, al igual que ocurría con la mandíbula, presentaba un aspecto simiesco pero con un desgaste que le aproximaba a los humanos, lo que parecía confirmar la hipótesis de los primeros. Así pues, el eslabón perdido era británico...

Pero no todos los científicos aceptaron sin reservas el descubrimiento y su presunta identificación. Posteriores hallazgos y los progresivos avances en el conocimiento de las especies alertaron a algunos estudiosos acerca de la "rareza" del cráneo de Piltdown. Sometido a varios métodos científicos de datación, como la fluorina y el carbono 14, resultó que su cronología no era ni mucho menos la inicialmente supuesta de medio millón de años, sino como mucho de 50.000, lo que echaba por tierra las teorías de sus descubridores.
Posteriores estudios confirmaron que el cráneo y la mandíbula pertenecían a épocas diferentes. Examinados detalladamente los distintos restos, se pudo comprobar como algunas piezas habían sido tratadas artificialmente para modificar su color a fin de que aparentasen mayor antigüedad, al igual que se había hecho con el desgaste de las piezas dentales, sometidas a una manipulación a través de la lija. En conclusión: la mandíbula pertenecía a un orangután, el cráneo a un humano moderno y los dientes a un chimpancé...

Quién o quienes fueron los responsables del fraude, y cuál fue su motivación, merece una segunda parte.



sábado, 6 de mayo de 2017

INCENDIO EN EL ALCÁZAR DE MADRID: ¿un accidente? (2ª parte)

La familia de Felipe V, Jean Ranc, 1723
El Alcázar Real de Madrid contenía una valiosa colección de obras de arte, muchas de las cuales conocemos gracias a los inventarios realizados en los años 1600, 1636, 1666, 1686 y 1700, además de los realizados con posterioridad al incendio en 1734 y tras la muerte de Felipe V. 

Se cree que a fecha del siniestro el palacio guardaba cerca de 2000 pinturas, de las que se perdieron más de 500, entre estas últimas La expulsión de los moriscos de Velázquez y 3 de los 4 cuadros de una serie mitológica que pintó hacia 1659, de la que solo se salvó Mercurio y Argos. Las Meninas se pudo rescatar al ser lanzado el lienzo por la ventana, sufriendo leves daños que pudieron ser restaurados sin complicaciones mayores. 

Innumerables obras se perdieron de Rubens, entre ellas el retrato ecuestre de Felipe V que se ubicaba en el Salón de los Espejos justo enfrente del retrato de Carlos V en Mühlberg de Tiziano, el cual sí pudo ser rescatado aunque un tanto oscurecido en la parte inferior por el humo; el Rapto de las Sabinas, etc. 

También Tiziano sufrió pérdidas, como la serie de Los Doce Césares del Salón Grande, conocida actualmente gracias a unas copias y grabados. Dos de las cuatro Furias se quemaron (las otras 2 se pueden contemplar hoy en el museo de El Prado).

A la lista hay que sumar obras de Tintoretto, Ribera, El Bosco, Veronés, Van Dyck, El Greco, Correggio, etc. Y suerte que una parte de la colección pictórica había sido trasladada a un palacio cercano como consecuencia de las obras que se estaban llevando a cabo en el Alcázar.

Documentos pertenecientes al Archivo de las Indias, Bulas pontificias y manuscritos de innegable valor histórico fueron también pasto de las llamas.

Extinguido el incendio, el edificio quedó en estado de ruina absoluta. Cuatro años después, Felipe V ordenó la construcción del actual Palacio Real.

Y, para finalizar, un poco de "leyenda negra": el nada disimulado desagrado que Felipe V manifestaba continuamente hacia su residencia oficial; el hecho de aprovechar como excusa las reformas del palacio para justificar la ausencia de la familia real y de la Corte en unas fechas tan señaladas (no olvidemos que era Nochebuena) y trasladar igualmente algunas obras a otra residencia, han hecho pensar a muchos durante estos siglos en la posible implicación cuanto menos indirecta del propio rey en el incendio, una forma rápida y drástica de construirse una nueva residencia más acorde a sus gustos versallescos. Pero solo es leyenda...

INCENDIO EN EL ALCÁZAR DE MADRID: ¿un accidente? (1ª parte)


Pintura del Alcázar Real de Madrid


En la Nochebuena de 1734, un devastador incendio arrasó el Alcázar Real de Madrid y gran parte de su contenido. Residencia de la familia real española y sede de la Corte, sus estancias albergaban infinidad de obras de arte acumuladas a lo largo de siglos, muchas de las cuales se perdieron entre las llamas.
Pero retrocedamos un poco...

Em el siglo IX, el emir cordobés Muhamad I ordena construir una fortaleza en la ciudadela islámica de Mayrit (de donde procede el nombre de Madrid). Con el paso del tiempo, la construcción es fruto de múltiples transformaciones, hasta convertirse en el siglo XVI en palacio real propiamente dicho tras la decisión de Felipe II de fijar la capital del reino en Madrid en 1561.

Tras varias remodelaciones, ampliaciones y vicisitudes, en noviembre del año 1700 es proclamado rey de España el borbón Felipe V, quien desde el primer momento manifestó su rechazo al austero edificio que iba a ser su residencia, acostumbrado como estaba desde su nacimiento al esplendoroso lujo de Versalles. Así que el Alcázar Real sufrió una nueva remodelación, en un intento de adaptar su interior al gusto de los franceses, y todo bajo la batuta de la reina María Luisa de Saboya.

Y como a nadie le gusta estar en casa cuando hay obras, los reyes decidieron trasladarse temporalmente -y con ellos toda la Corte- a otra residencia más tranquila, lo que explica su ausencia el día de la desgracia. Por el mismo motivo, algunas obras de arte habían sido trasladadas al Palacio del Buen Retiro. El 24 de diciembre de 1734, sobre medianoche, se declaró un incendio que al parecer tuvo su origen en los aposentos de un pintor de la Corte, Jean Ranc, propagándose con rapidez y prolongándose durante cuatro días. Según el relato del marqués de Torrecillas pocos días después del siniestro, la voz de aviso se dio sobre las 00.15 horas por parte de unos centinelas de guardia. Pero dadas las fechas, el aviso pasó inicialmente inadvertido, al confundirse la alarma con la llamada a maitines o para la Misa del Gallo. Una vez advertidos del error, el temor a los saqueos llevó a los encargados del palacio a no abrir sus puertas, por lo que tan solo algunos empleados de la Corte que permanecían en el lugar y los cercanos frailes de la congregación de San Gil fueron los únicos en intentar sofocar las llamas, tarea imposible, por lo que centraron sus esfuerzos en intentar salvar el máximo de objetos de valor que allí se guardaban: pinturas, joyas de la familia real, colecciones americanas, documentos, etc.

Según las crónicas, algunos objetos de plata quedaron fundidos por las llamas, y los restos de metal tuvieron que recogerse en cubos. Muchos lienzos fueron arrancados de su soporte y lanzados por las ventanas, así como las esculturas, que no salieron tan bien paradas del salvamento.

En la segunda parte de esta entrada, veremos con más detenimiento qué se salvó y qué se perdió para siempre...