sábado, 21 de enero de 2017

LA PIEDRA ROSETTA: nacida en Egipto, descubierta y descifrada por los franceses, y exhibida por los ingleses

Piedra Rosetta. Museo Británico. Londres
La Piedra Rosetta es una estela fragmentada que recoge un decreto del faraón Ptolomeo V de Egipto, fechado en el año 196 a. C. Pese a su habitual denominación como "trilingüe", lo cierto es que el texto solo recoge dos lenguas, la egipcia y la griega, si bien transcrita en tres escrituras, toda vez que el demótico y el jeroglífico son dos sistemas de escritura distintos partiendo de la misma lengua, la egipcia.

Entre 1798 y 1801, una expedición militar francesa, comandada por Napoleón Bonaparte, se propuso conquistar Egipto, entablando batallas no solo contra los mamelucos sino también contra los ingleses, quienes finalmente ganaron la guerra. Desde el punto de vista militar, la aventura de Napoleón fue un desastre, no así desde el punto de vista cultural. Napoleón se hizo acompañar de 167 científicos de diversas disciplinas: historiadores, filólogos, biólogos, ingenieros, etc., que recorrieron el país del Nilo en busca de monumentos y obras de arte, constituyendo una auténtica academia de sabios que reflejaron sus descubrimientos en una monumental obra titulada Description de L'Egypte.

El 15 de julio de 1799, el teniente francés Pierre François Bouchard descubrió por azar la estela, que había ido a parar como elemento de construcción al fuerte Saint Julien, a unos 3 kilómetros de la población de Rashid, en el Delta del Nilo. El teniente Bouchar, un militar culto, intuyó la importancia del descubrimiento, al reconocer una de las lenguas transcritas en la piedra, por lo que puso el hallazgo en conocimiento de sus superiores. La piedra fue a parar a manos del general francés Menou, quedando en su propiedad con la intención de trasladarla a Francia.

Tras la rendición francesa ante las tropas inglesas, la Capitulación de Alejandría en 1801 estableció en su artículo 16 que todas las piezas y objetos hallados por los franceses debían pasar a manos del vencedor, con la excepción de pequeños objetos "de recuerdo" que los franceses podían llevarse consigo al abandonar Egipto. El general Menou hizo lo posible y casi lo imposible para ocultar la piedra a los ingleses, quienes ya estaban avisados del hallazgo. El relato acerca de las circunstancias concretas de la entrega de la estela a los británicos no está exento de discrepancias, según la fuente consultada. Incluso se apunta que Menou intentó hacer pasar la piedra como objeto de recuerdo en su equipaje de mano, algo bastante inverosímil atendiendo el tamaño y el peso de la estela, unos 760 kilos. 

Sea como fuere, los ingleses se hicieron con la estela, que fue transportada a Londres y exhibida en el Museo Británico, donde permanece a día de hoy. Afortunadamente para los franceses, estos habían hecho copias y moldes de la piedra antes de su entrega a los ingleses, lo que propició que fuera precisamente un francés, Jean François Champollion, quien años más tarde descifrara la estela y permitiera con ello la interpretación de los textos egipcios.  Una victoria moral para los franceses tras la frustración que supuso la pérdida de la piedra ante los ingleses.

Junto con el Busto de Nefertiti (en Berlín) y el Zodíaco de Dendera (en el Louvre), la Piedra Rosetta constituye uno de los símbolos egipcios no solo más conocido sino también más reclamado por el estado egipcio. Su importancia trasciende el mero valor histórico de la pieza: fue la llave que abrió el paso al entendimiento de la cultura de los faraones, permitiendo la traducción de los textos y de los jeroglíficos inscritos en los monumentos, y de ahí su trascendencia como icono de una época, la del Antiguo Egipto.

En 2003, el gobierno egipcio efectuó una reclamación formal para su restitución ante el Museo Británico, que obviamente no fue atendida. En un alarde de generosidad, el museo regaló poco después a Egipto una reproducción de la estela a tamaño natural, la cual puede ser vista hoy en día en el Museo de El Cairo. Las reclamaciones egipcias persistieron en los años sucesivos, llegando a ofrecer como alternativa renunciar -siquiera provisionalmente- al retorno definitivo de la pieza con la condición de que el Museo Británico la cediera cada año durante unos meses, opción que tampoco ha sido aceptada por las autoridades británicas. 

Fácil es de comprender el valor simbólico que la estela tiene para los egipcios; pero también son fácilmente comprensibles los motivos argumentados por los británicos para denegar la devolución. Entre ellos, es incontestable el hecho de que, aún accediendo a la devolución, la estela no sería en ningún caso ubicada en su lugar de emplazamiento original (que se desconoce), ni en el lugar donde fue descubierta (una remota aldea del Delta del Nilo), sino que sería ubicada en el museo egipcio, por lo que -a juicio de los ingleses- poca diferencia habría entre su exhibición en un museo o en otro.

Y la polémica, a día de hoy, sigue abierta...



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