|
Papiro Abbot. Museo Británico |
El saqueo de tumbas es un fenómeno universal y de larga tradición. En Egipto, hay constancia de robos en los enterramientos ya en época predinástica, alcanzando una proporción alarmante durante la dinastía XX.
El registro arqueológico evidencia saqueos en prácticamente la totalidad de las tumbas de los faraones del Valle de los Reyes. Sí, en todas, incluida Tutankamon, que fue expoliada al menos en dos ocasiones poco después de la muerte del rey, siendo nuevamente sellada por los sacerdotes y permaneciendo oculta hasta 1822.
Al resultado de las pruebas arqueológicas se añade una colección de papiros (Papiro Mayer B; Papiro Salt 124; Papiro Strike, o Papiro Abbot entre otros) que documentan de manera muy detallada las circunstancias del robo, su descubrimiento y el posterior juicio. Un ejemplo:
"Fuimos a robar en las tumbas según nuestro hábito regular, y encontramos la tumba de pirámide del rey Sjemreshedtawy, que no era en absoluto como las pirámides y tumbas de los nobles que habitualmente íbamos a robar. Tomamos nuestras herramientas de cobre y nos abrimos paso hasta la pirámide de este rey a través de su parte más interior. Encontramos sus cámaras subterráneas, agarramos velas encendidas y seguimos adelante. Luego atravesamos los escombros [...] y encontramos este dios yaciendo en la parte posterior de su lugar de enterramiento. Y encontramos el lugar de enterramiento de la reina... Abrimos los sarcófagos y los ataúdes en que estaban, y encontramos la momia real de este rey equipada con una espada. [...] Reunimos el oro que encontramos en la noble momia de este rey, junto con los amuletos y joyas que estaban en su cuello. [...] Del mismo modo reunimos todo lo que encontramos en la momia de la reina, y prendimos fuego a sus ataúdes. Nos llevamos los muebles que encontramos con ellos..."
La anterior confesión, recogida en el Papiro Leopold-Amherst, ejemplifica lo que sin duda era el modus operandi habitual de los ladrones de tumbas en el Antiguo Egipto. En ocasiones los saqueadores tropezaban con la entrada de la tumba por mero azar, lo que les convierte en meros oportunistas que aprovechan la ocasión que se les ofrece. Pero en otras ocasiones los ladrones sabían muy bien dónde buscar y con qué se iban a encontrar, pues eran los mismos que habían trabajado en el enterramiento o en la restauración posterior de la tumba.
Los objetos más preciados eran aquellos cuyo pequeño tamaño facilitaba tanto su traslado como su ocultación, y de fácil salida en el mercado: tejidos, perfumes y cosméticos (estos últimos solo si el saqueo era inmediatamente posterior al enterramiento, ya que si había transcurrido tiempo suficiente, ni el perfume ni el cosmético eran ya utilizables); metales (el oro y la plata es lo primero que desapareció de la tumba de Tutankamon), vidrio, etc.
Las inspecciones regulares que se hacían de las tumbas evidenciaban los restos del saqueo, comenzando una investigación que, en algunos casos, condujo hasta los responsables del robo, algunos de cuyos interrogatorios han quedado recogidos en los papiros aludidos:
<<El quemador de incienso Nesamón fue traído. El gobernante le hizo prestar juramento... Le dijeron: "Cuéntanos la historia de tu salida con tus cómplices para atacar las Grandes Tumbas, cuando sacasteis esta plata de allí y os apropiasteis de ella".
Dijo:"Fuimos a una tumba y de ella sacamos algunas vasijas de plata, y las repartimos entre nosotros cinco".
Le aplicaron el palo. Dijo: "No vi nada más, lo que he dicho es lo que vi".
Volvieron a aplicarle el palo. Dijo: "Basta, lo contaré...">>
(Papiro Museo Británico 10052)
Uno de los procesos más "sonados" tuvo lugar durante el reinado de Ramsés IX. El Papiro Abbot relata la historia, cuyos principales personajes eran altos funcionarios de la Administración: el gobernador/visir del distrito; el alcalde de la parte oriental de la ciudad y el alcalde de la parte occidental. Al parecer, estos dos últimos no tenían buena relación, dada la rivalidad existente entre ellos. Así que Paser, que era como se llamaba el alcalde de la zona oriental, recibió de buen grado noticias sobre robos de tumbas en la orilla occidental. Viendo la oportunidad que se le deparaba de poner en aprietos a su rival del otro lado, se apresuró a informar al gobernador del asunto, quien envió a un grupo de soldados para que investigaran la acusación e interrogaran a Pauraa, el alcalde denunciado, quien alegó que la cifra de tumbas presuntamente saqueadas que había indicado Paser no se correspondía con la realidad, ya que tan solo había evidencias de profanación en una tumba real y en tumbas de particulares, lo que le permitió salir bien parado del proceso. La cosa no acaba ahí: deseoso de exhibir su triunfo ante su rival, Pauraa reunió a capataces, trabajadores, administradores de la necrópolis, empleados del cementerio y policías para desfilar por la parte oriental, con instrucciones concretas de pasearse triunfalmente por delante de la casa de Paser, quien, irritado ante tanta desfachatez, se dejó llevar por la ira, ocasionando un altercado con uno de los oficiales, y proclamando que informaría del asunto directamente al faraón. Gran error táctico por su parte que fue inmediatamente aprovechado por su rival. Pauraa envió una carta al visir acusando a Paser tanto de poner en duda la buena fe y honradez de la comisión que había demostrado su inocencia, como de presentar el cargo directamente ante el rey obviando la autoridad directa del visir. Este último, ofendido, convocó un nuevo juicio, esta vez contra Paser, quien fue finalmente acusado y condenado por perjurio.
Unos años después hubo una nueva investigación por otros casos de saqueos de tumbas, en el transcurso de la cual se demostró que el desdichado Paser tenía razón: el alcalde Pauraa y el visir estaban implicados en los robos en cuestión, junto con otros individuos identificados en los documentos, entre ellos un tallista, un artesano, un campesino, un aguador y un esclavo. Estos últimos fueron arrestados e interrogados con los métodos tradicionales de la época: se golpeaba a los prisioneros con una doble caña, azotando sus pies y manos, para refrescar su memoria. Ante tan persuasivos métodos, los denunciados confesaron y fueron condenados.
Pauraa nuevamente se vio libre de culpa y permaneció en su cargo durante varios años más. No debería pues sorprendernos saber que el saqueo de las tumbas continuó...