Grabado del sarcófago de Micerinos según Howard Vyse |
Micerinos fue un faraón que reinó en Egipto durante la cuarta dinastía (mediados del tercer milenio a. C.). Su pirámide en Giza (Cairo), junto con las de sus predecesores Keops y Kefrén, constituye sin duda uno de los monumentos más conocidos del antiguo Egipto.
En 1837, Howard Vyse accede al interior de la pirámide, encontrando el sarcófago de basalto -por supuesto sin la momia- del faraón. Siguiendo la política de saqueo generalizada en la época, el sarcófago se embarca en el buque británico Beatrice, para su traslado a Gran Bretaña.
El 10 de octubre de 1838, tras una escala en Malta, una violenta tormenta ocasiona el naufragio del buque, noticia que aparece en una crónica militar de la época, ubicándose el siniestro frente a las costas de Cartagena. Sumido en el olvido durante años, en 1996 una fundación privada española puso en marcha un proyecto para la localización y recuperación de los restos del buque, una empresa que se topó con innumerables trabas burocráticas. Un año después, el Ministerio de Cultura español apadrinó una campaña de prospección para la localización del buque y de su preciosa carga. La precariedad de los medios impidió obtener resultados positivos.
Y cabe preguntarse: dando por buena la información sobre el contenido del buque, y la noticia de su naufragio, incluso su posible ubicación aproximada, ¿por qué no se lleva a cabo una operación para la recuperación de los restos, de manera rigurosa y con los medios adecuados? ¿Es que a nadie le interesa? La respuesta a la segunda pregunta es obvia: la recuperación de la carga del buque, y en especial del sarcófago del faraón, sería un premio para cualquier país. Al margen del innegable valor histórico artístico de las piezas, la salida a la superficie- nunca mejor dicho- del sarcófago de uno de los más célebres faraones del antiguo Egipto supondría un hito casi comparable al descubrimiento de la tumba de Tutankamón. ¿Por qué entonces tanta desidia?
Y la respuesta a esta última pregunta también es evidente: la batalla legal que se originaría para la atribución de la carga del buque a su "legítimo propietario" duraría siglos de litigios. Y es que tres países estarían en condiciones de reclamar su tenencia: Egipto, propietario -al menos moral- del contenido; Gran Bretaña, dado que el buque es de pabellón británico; y España, dado que según las informaciones más fiables el buque se encuentra en aguas jurisdiccionales españolas. Las reclamaciones de los tres países ante los Tribunales serían interminables, y sin pocas soluciones viables.
Egipto tan solo podría alegar su derecho moral respecto a producciones culturales propias, que salieron del país en una época de a-legalidad, cuando no había ninguna legislación que impidiera la salida de las obras de arte, situación que aprovecharon las potencias coloniales y algún particular especialmente espabilado para llenar sus museos con tesoros de diversa procedencia.
España podría alegar la ubicación del buque con su carga en las aguas jurisdiccionales propias.
Y Gran Bretaña alegaría la ley del mar: los buques con pabellón del Estado pertenecen, junto con su carga, a dicho Estado.
Quizás este, y no otro, es el motivo por el que ninguno de los tres países afectados se atreva a implicarse de manera expresa en un trabajo de localización y recuperación de los restos. Si no tenemos claro que nos lo vayamos a poder quedar nosotros, al menos que no se lo queden otros, deben pensar...
Y así, el sarcófago de Micerinos continúa olvidado en el fondo del mar...
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